Hola de nuevo,
Podría decirse que éste es el gran descubrimiento de mi vida. Es de esas cosas para las que no te crees dotado, más que nada porque nunca las has probado. Lo más cerca que había estado de este mundo me venía de familia. Mi padre siempre ha sido aficionado a la música, desde niño. Vivió, con dificultad, debido a la censura de nuestro país por aquel entonces, toda la revolución del Rock y la música Pop. The Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan, Cream, Led Zeppelin, y tantos otros artistas angloparlantes surgidos de la década de los sesenta, hijos del Rock & Roll de los cincuenta. Aunque mi acercamiento al mundo de la música no era el de aficionado o melómano, sino el de una necesidad de comprender la disciplina, no de escuchar grupos clásicos de mediados del siglo XX. Si bien mi padre siempre había tenido una guitarra en casa, ya fuera clásica o eléctrica, este instrumento nunca había llamado mi atención. De primeras y al ser zurdo, el hecho de tener que hacer unos cambios en las cuerdas que yo siquiera sabía hacer y que tampoco mi padre se molestó en intentar, fueron el primer impedimento, pero el que se escondía y que era realmente el que me impediría tocar sería el desinterés.
Así, sentado con mis hermanos en el asiento trasero de un coche y de camino al lugar de vacaciones o la escapada del fin de semana, crecía escuchando el ritmo y pura melodía de Paul McCartney y John Lennon, imaginando los carnosos y femeninos labios de Mick Jagger o con algunos grandes éxitos de Simon & Garfunkel. Lo que no tenía más remedio que escuchar, debido a mi condición de niño transportado y bajo el mandato paterno, he de reconocer que me encantaba, y es gran parte de la cultura musical que atesoro hasta el día de hoy, aunque hace muy poco resultase excluyente. Sí, cierta cerrazón mental, en parte imbuida por mi padre, no me dejaba ir más allá de lo poco que escuchaba, y que creía lo único bueno. Durante un tiempo en que yo elegía qué escuchar fue todo esto lo que configuraba mi repertorio (habiendo eliminado la piltrafa que me sobraba de la niñez, tipo Carrusel Deportivo, por ejemplo).
Pronto se me empezaba a quedar corto lo que tenía a mi disposición, tan intransigentemente acotado a una minucia musical. Hasta que un buen día me dije: "Si disfruto leyendo a infinidad de autores, estudiando a decenas de aritstas, cuyo trabajo resulta bello, pero sobre todo personal y único, por mucho que se los encasille, ¿por qué no voy a extender mi horizonte auditivo todo lo que me plazca y más?". Dicho y hecho, o al menos empezado...
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